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Black (muy black) Friday



Son las doce menos diez de la tarde del 24 de noviembre cuando entro por una de las puertas del buque insignia del grupo Inditex, donde me esperaban mis 9 horas de jornada laboral. "Es peor que el primer día de las rebajas" nos habían advertido para concienciarnos de la paliza que el consumismo nos tenía preparada.


Estamos en el Black Friday. Una tradición sólida y exprimida hasta la saciedad en EEUU, donde se celebra el viernes siguiente al Día de acción de Gracias y acaba 24 horas más tarde. Aquí en España la inexorable globalización lo acabó arrastrando hace unos 5 años, y poco a poco se ha ido asentando hasta convertirse en toda una fiesta del consumo. La mayoría de tiendas ofrecen entre un 20 y 30% de descuento entre el jueves y el sábado, mientras que otras, como Zara, optan por aplicar estos descuentos durante una única jornada.​


Apenas se pueden dar cuatro pasos sin toparte con cordilleras de ropa tirada en el suelo o con alineaciones de señoras muy metidas en su papel de guardameta de los descuentos.


Una vez llevo puesto el traje oficial de dependiente, mi movilidad se reduce aún más. Tengo que colocar unas 10 prendas en su correspondiente sitio lo más rápido que pueda. Por el camino, estoicos varones que abandonan su papel de acompañante para servir ahora de columna, tumultos de chicas que buscan desesperadas su talla en la mesa donde algún día hubo vaqueros perfectamente ordenados y resbaladizos vestidos que habitan ahora en el suelo, hacen mi labor imposible. Esta hazaña hace que la Odisea de Ulises parezca, en comparación, una gymkana infantil.

Un único día en el que se puede hacer lo que se quiera, sin consecuencias y sin miramientos. La gente deja en casa sus modales para poder emborracharse de ansia y conseguir esa prenda. Sea como sea.

Y es que, en un día como hoy, todo vale. Vale llamar a los dependientes a voces, convirtiendo el “¡Eh, chico!” en banda sonora de este viernes. Vale tirar la ropa al suelo y si algo se te cae, que se recoja solo. Vale también probarse la ropa en cualquier rincón y abandonarla luego a su suerte. Ocurre, en días como hoy, que se establece un pacto similar al que se puede ver en las películas de La Purga. Un único día en el que se puede hacer lo que se quiera, sin consecuencias y sin miramientos. La gente deja en casa sus modales para poder emborracharse de ansia y conseguir esa prenda. Sea como sea.


Sigo con mis peripecias de pobrecito repartidor hasta que una señora, entrada ya en años, me pide que le ayude con la talla de un abrigo. “Anda majo échame una mano tú, que sabrás igual que una mujer de esto de la ropa”. Por supuesto señora, porque la mujer, bastión de la unidad familiar y eterna sumisa, es el único ser de Dios que conoce el sistema universal de tallas. Gracias a la educación franquista por tanto. La señora se lleva la talla M y yo tres conjuntos que he encontrado debajo de lo que antes era una mesa con jerséis.


La tarde continua frenética, esprintando de un sitio a otro para que parezca que en vez de bestias, han entrado personas racionales y educadas a comprar.


Estoy doblando vaqueros en una mesa cuando soy víctima de otra señora. “¿Me puedes escribir una referencia?”. Alzo la vista atónito. En este día de La Purga queremos que nos den todo hecho, y los dependientes se acaban por convertir en unos esclavos, muy conjuntados, que sirven las necesidades de estas fashion victims.

Después de que la clienta me cuente la historia de su vida y obra, le apunto la referencia de un vestido y una falda de lentejuelas para su nieta. “Que Dios te lo pague” me dice. Como me tenga que pagar Dios algo voy listo.

Desconozco la cantidad de dinero que una tienda como esta ha podido hacer en esta campaña del Black Friday, pero los 71000 millones de euros que Amancio Ortega tiene en patrimonio, no parecen ser casuales.

Sigo recogiendo la ropa como si estuviera en la vendimia y las prendas que voy recogiendo fueran las uvas.


Para colmarme de gloria me encasquetan un teléfono que no para de sonar. Me pregunto si esta gente conoce los poderes y utilidades del colega Google. “¿Hasta qué hora abrís hoy?”, hasta las 10 señora.


Me duele la espalda a rabiar y tengo la rodilla derecha hinchada, pero la jornada está acabando. La cola para pagar no ha desaparecido en ningún momento del día y hay paredes en las que ya no queda ropa. Todo esto en las aproximadamente 12 horas que ha estado la tienda abierta.


Desconozco la cantidad de dinero que una tienda como esta ha podido hacer en esta campaña del Black Friday, pero los 71000 millones de euros que Amancio Ortega tiene en patrimonio, no parecen ser casuales.


Recojo mis cosas y vuelvo a casa como puedo.


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