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Inmunes a las setas


10 gramos de trufas alucinógenas

La vida siempre nos aguarda una historia que supera cualquiera de nuestras fantasías. Una forma de decirnos que esperemos, que siempre tendrá algo con lo que sorprendernos. Como la madre que le dice a su hijo en la noche de Reyes que sea paciente y duerma, que lo que viene, superará cualquiera de sus expectativas. Hoy os voy a contar mi historia, la historia de cómo fui presa de las setas, siendo inmune a ellas.

Utrecht, noviembre de 2017.

En Holanda puedes prostituirte, okupar un piso y drogarte, todo esto, de forma legal. Detengámonos en la última de estas tres, las drogas. Puedes consumir cannabis, pero no puedes producir, poseer, vender, importar o exportar sustancias estupefacientes. Hasta 2008 podías, además, consumir setas alucinógenas pero a partir de ese mismo año se prohibió su venta en los Smartshops previa petición del Ministerio de Justicia holandés. Lo que sí puedes hacer en 2017 es consumir trufas alucinógenas. Las trufas crecen bajo tierra y por eso son legales. Su efecto alucinógeno es más suave, razón por la que se haya reducido el número de personas atendidas por la ingesta de drogas, desde que están a la venta exclusivamente las trufas, según datos del Servicio de Salud Pública GGD. Como todo producto alucinógeno, conlleva sus riesgos, sobre todo, para los turistas. Turistas que van a Holanda cuatro días y quieren vivir allí todo lo que en su país se les prohíbe. Coffeshops y hongos.


Panorámica de Utrecht


En Holanda puedes prostituirte, okupar un piso y drogarte, todo esto, de forma legal

Teniendo todo esto en cuenta, os ahorraré los detalles, y aquí va el resumen: Viaje, amigos, Holanda, trufas, “¿estáis seguros?, “venga va”, Smartshop, 17 euros menos, 2 horas de ayuno, habitación, los mismos amigos y que empiece la cata.


Lo cierto es que no lo hacíamos desde la absoluta ignorancia, alguno ya las había probado y también gente de nuestro entorno nos había contado su experiencia. Aun así, la tensión se palpaba. Un miedo, que más que estar en el hecho de estar haciendo algo ilegal (en tu país), estaba en la trágica y esperada posibilidad de acabar en un hospital (fuera de tu país).


Cara a cara, nos tomamos la primera ronda. Los 10 o 15 gramos (dependiendo de la complexión de cada persona) se tienen que racionar en dos tandas. Nos miramos, todo nos parecía sospechoso de delirio. Una hora más tarde, segunda ronda. Ahora sí, las sospechas se hicieron realidad.


Su cuerpo inactivo, su cabeza a mil por hora. Si Santa Teresa entró en el éxtasis gracias a Jesús, ellos entraron gracias a las trufas.


Los vi empezar a reír, a sentir cosquillas en las rodillas. Los vi intentar autoconvencerse de que no les pasaba nada, los vi desistir en el autoconvencimiento. Los vi ponerse rojos, los vi llorar de la risa. Vi una sonrisa demasiado grande para su expresión y, también, una risa demasiado intensa para poder ser emitida. Los vi flipar, literalmente, flipar. Pero no flipar, como flipas cuando ves una spanish pizza con paella en un super de Covent Garden. Flipaban de que no estaban en sí, de que no necesitaban más que mirar hacia el techo para ver un mundo que les atrapaba y del que, tristemente, nunca nadie volverá a tener constancia. Su cuerpo inactivo, su cabeza a mil por hora. Si Santa Teresa entró en el éxtasis gracias a Jesús, ellos entraron gracias a las trufas. Presos de un sueño, pero despiertos.


Y vi todo esto, porque sí, a mí no me hicieron ningún efecto. Del miedo y la duda de probarlas, pasé a odiarlas por su ineficacia y, finalmente, a odiar a mis amigos por todo lo que me contaron que habían sentido y que yo me había perdido.


Y es que, al cabo de un par de horas, empezaron a superar el éxtasis, a quedarse, en lo que podríamos denominar “el cigarrito de después”. Seguían flipando, pero ahora se podía tener una conversación con ellos o, más bien, con lo que las trufas acababan de dejar de ellos. Nada de agobios ni malestar. Durante unas horas habían entendido su vida mejor que nunca. Su vida y la de los demás, y el mundo en general, y la conjetura de Hodge si me apuras. En el postseteo, eran transparentemente ellos. Y qué suerte estar ahí para poder escucharles. Para aprender, de la boca de mis amigos ensetados, grandes conclusiones que siempre debería tener presentes. Conclusiones como que a la gente no se le necesita por el móvil, se le necesita en la vida real o que, a veces, para poder ver la vida con la felicidad de Dory hay que decir esos “te quieros" que evitamos porque nos gustan demasiado poco los ejercicios de sinceridad.


Seré una ñoña y con tendencia al delirio (excepto cuando consumo trufas), pero esa noche, la noche se le encendió a mis amigos, y a mí también con ellos.


Al final, no necesité las setas para paralizar mis temblores y dar respuesta a mis temores


Sea como sea, pido a los santos no ser inmune la próxima vez o que, por lo menos, si tengo que serlo, a mi lado esté alguien que las disfrute y me haga ver las cosas tan claras como las vi esa noche. La noche que fui presa de las setas, siendo inmune a ellas. Porque al final, no las necesité para paralizar mis temblores y dar respuesta a mis temores. Simplemente necesité abrir los ojos, con los ojos ya muy abiertos, para entender, que no hay mayor explicación de lo que eres que la que te dan aquellos que tienes a tu lado, tus amigos.


Decidimos retarnos, beber del brebaje de lo desconocido. Bueno, más bien, alimentarnos de él. Y la verdad, no hay quejas del resultado por parte de los que sí sintieron los efectos. No soy quién para recomendarlas. Yo no las sentí, pero les sentí a ellos. Retaos si queréis, con o sin setas, pero siempre, en un país donde sea legal el reto y sobre todo, siguiendo las indicaciones del prospecto, y de la vida… no acallando los “te quieros" que quieren volar y nos forzamos a encerrar.

"El éxtasis de Santa Teresa" de Bernini















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