top of page

OS LO GRITA

  • @marttapeiro
  • 19 oct 2017
  • 4 Min. de lectura

Llevas mucho tiempo aguantándolo, no entiendes ni atiendes a lo que pasa a tu alrededor, intentas apagar el incendio una y otra vez, pero ya no aguantas más. Rabia y ansiedad van a empezar a hacer reacción, y entonces, como ola rompe contra la roca, la efervescencia te atraviesa y gritas. Lo sueltas todo, criticas, denuncias, justificas, lloras, insultas, aquello que escondías acaba destapándose con la fácil y liberadora acción de gritar. Gritas, como grita todo el mundo, incluso como gritan los cuadros. Como gritó Munch al pintar el para muchos conocido como emoticono del whatsapp, en su obra El grito. Este, sin la misma potencia de voz que la tuya, pero con incluso más fuerza.


Ojos saltones, rostro marciano, naranja, azul, ondas interminables, tormento, angustia, incomprensión, silencio y un grito


Los jueves la National Gallery de Oslo es gratis, así que es una buena opción para ahorrarse 90 coronas y los apenas 10 grados que hay en la calle, pese a ser 27 de abril. Que sea precisamente en Oslo donde esté El grito, resulta, cuanto menos, paradójico. Y es que, al igual que en su pintura más reconocida, los noruegos parecen hablar sin emitir palabra. De camino al museo, se escucha español, italiano, francés, inglés -mucho inglés-, a todas las intensidades, pero si de verdad se habla noruego, este es imperceptible para los oídos. Será por esto que los noruegos tienen fama de discretos, “se pegan la mitad del año metidos en su casa por el frío, y cuando salen, no saben socializar”, apunta un estudiante Erasmus al entrar por la puerta, de una galería que al igual que ellos, también es muy discreta. Nada de ostentosidades ni tediosos controles de seguridad. Su Galería de Arte más importante no es extremadamente grande, ni difícil de ver. Minimalismo, líneas sencillas, decoración depurada, colores pálidos... dejan paso a lo más importante, las obras de arte de su artista más internacional, Edvard Munch.


Pero para llegar a ellas, hay que atravesar antes el resto del museo, o mejor dicho, hay que pasearlo, porque la realidad es que no supone ningún castigo hacerlo. Ordenado cronológicamente, recorre una combinación de artistas noruegos, impresionismo, vanguardias y hasta Goyas y Picassos. El paseo continúa, con la incertidumbre de no saber cuándo se empezará a escuchar el esperado aullido. Rápido se olvida al Monet de la estancia que lo precede, y entonces, una azul y amplia sala se abre. En ella, ves El Grito y con él, todo el expresionismo de Edvard Munch.


Ni la sala, ni el museo están saturados de turistas, por lo que el impacto al ver todas sus obras en un mismo lugar todavía es mayor. Y más, cuando se trata de un artista con un trazo tan reconocible y difícil de imitar. Luchando contra los ojos para que no se vayan directamente al emoticono del whatsapp y recorriendo la sala, se escuchan cámaras de fotos y todo tipo de comentarios. “Esa soy yo cuando vuelvo de fiesta”, comenta una joven refiriéndose a El día siguiente. “Y esa otra soy yo en el amor”, le responde su amiga, señalando a la solitaria mujer que queda a la izquierda de una pareja en El baile de la vida.


“Sólo un loco podría haber pintado este cuadro”, escribió Munch en el reverso del mismo


Y entonces sí: ojos saltones, rostro marciano, naranja, azul, ondas interminables, tormento, angustia, incomprensión, silencio y un grito. Un grito que invade el cuadro, como invadía en su momento la naturaleza que Munch describía en su diario una tarde de 1982: “Paseaba por un sendero con dos amigos – el sol se puso – de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio – sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad – mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza”.


Munch, los fiordos, el mar y el cielo temblaban, como temblaba La Noche estrellada de Van Gogh, pero en este caso, sin ningún rastro de la esperanza que sí parecía quedarle al pintor holandés. Y es que, el expresionismo y Munch, se establecieron a principios del siglo XX como un grito terrorífico contra la soledad, la opresión y la sociedad. Una vía de escape al cataclismo, a las urbes devoradoras de almas y al drama colectivo de un siglo de guerras e incertidumbre. “Sólo un loco podría haber pintado este cuadro”, escribió Munch en el reverso del mismo. Y quizás así sea, sólo él consigue que veamos la pérdida en El Grito, sólo un loco consigue gritar sin articular palabra.


Antes de salir de la sala, me despido, del que para mí, es el mejor cuadro de Munch: El día siguiente. Lo descubrí hace años en una página web junto con la siguiente cita del pintor: “No pintaremos más interiores con hombres que leen y mujeres que tejen. Queremos pintar seres vivos que respiran, sienten, sufren y aman”. De nuevo, no hay mejor forma de explicar la agudeza de Edvard Munch que en sus propias palabras, discretas y en voz baja, como las de todo buen noruego.


Editado por @marttapeiro y @delobera

Comentários


Posts  
Recientes  
bottom of page